Pronto vendría el rey a hacer una visita a su provincia. Sería el primer destino en su gira por los departamentos del sur. Era todo un honor y no quería fallar. Él era el gobernador y representante del rey en esas tierras; tenía que llevar el traje más imponente del lugar. Solo estaría un día, por lo que no podía fallar en su elección. Debía impresionarlo en la recepción en su honor si quería contar con alguna posibilidad de llegar a ministro de Gracia y Justicia.

Pidió consejo a sus tres mejores amigos, los que más entendían de moda y los que más elegantes iban a sus fiestas. Todos querían tomar las decisiones más importantes sobre el modelo a llevar. Deseaban impresionar con sus conocimientos sobre moda y estilo al gobernador y ser responsables del impresionante aspecto del máximo jerarca en la provincia. Se reunían cada día para presentarle las mejores telas y broches y comprobar qué tal le quedaban los últimos bordados.

Tantas personas opinando volvían loco al modisto. Un mañana pensaban que el fajín debía ser rojo, otra que azul para destacar sus ojos y una tercera que verde como el color de la bandera local. Nunca se ponían de acuerdo. Apoyar la idea del otro consejero suponía darle todo el crédito a él.

Cuando por fin tomaban una decisión por mayoría, pero uno de ellos quedaba disconforme, días más tarde volvía a la carga y convencía a los otros dos, que terminaban aceptando para no enfadarlo.

Después de meses de trabajo, el gobernador comenzó a quejarse amargamente de lo que se llevaba hecho: No podía ni verlo. Habían apostado ahora por el traje de color verde, pero ya no estaba tan seguro. ¿Y si al rey le gustase más el azul? Desde luego, era un traje impresionante también, pero ¿no habría alguna manera de combinar los dos trajes y así no correr el riesgo de fallar?

La mujer del gobernador, preocupada por la indecisión de su marido, decidió acudir una mañana al lugar de las pruebas. Nada más llegar anunciaba: «Pero ¡Qué bonito está! ¿No podrían hacerme a mí uno igual?». Ante esto, el gobernador coge nuevos ánimos y dice: «¿A que está bonito? ¿Te gusta? ¡Lo he elegido yo en homenaje a los colores de la bandera!». Sin embargo, sugiere otros cambios al pantalón para dejarlo, ahora sí, perfecto. Tampoco le gusta la tela de la chaqueta. Hay que cambiarla, esa tela no es la más apropiada para la visita en verano del rey.

El tiempo se acerca y nada está terminado. Se ha hecho, rehecho y vuelto a hacer con las decisiones del principio. No queda más tiempo para valorar más alternativas. El gobernador disgustado con las prisas del sastre elige un broche cualquiera: «Por esto me gusta hacer las cosas con tiempo». No está contento y no sabe si acertará. Admite en secreto a sus amigos que el traje azul le gustaba más.

Pero ya no quedan más hojas en el calendario; mañana es el gran día. «Si tan solo pudiese contar con un par de horas más», se decía. Las costureras tuvieron que trabajar toda la noche para tenerlo preparado para la mañana siguiente. Si con las prisas se han equivocado en alguna medida o patrón, el gobernador tendrá que acudir a la recepción con un par de agujas sujetando alguna pieza.

Llegó el día del besamanos del rey. Todos los cargos importantes de la provincia estaban allí presentes, esperando para hacer una reverencia al rey. Mientras pasaban frente a él haciendo la genuflexión, les dedicaba una amplia sonrisa a las mujeres y una cálida palmada en el hombro a los hombres. Cuando llegó el turno de nuestro gobernador, le susurró «¡Qué guapo está usted hoy! Me recuerda usted a la Hacquetia epipactis de mi tierra»

«¿Habéis visto lo que me ha dicho el rey? Solo me lo ha dicho a mí. No se lo he oído decir a nadie más», comentaba el gobernador a todo el que lo quería escuchar en la fiesta que siguió a la recepción. Pensaba ahora convertir a la planta esa en símbolo de la región y hacerse un sello con su estampa. Podrían también encargar nueva mantelería para el palacio de la gobernación con bordados en color verde. Él siempre supo que, estudiándolo bien y trabajándolo mucho, sería capaz de hacer la mejor elección: «Todo el esfuerzo hecho y las ocupaciones que he tenido que dejar de lado han merecido la pena».

En muchas de las situaciones de la vida, no tienes ni idea de qué es mejor o que no. Estúdialas brevemente, toma una decisión que crees más acertada y apuesta por ella. Lo demás son opiniones que pueden venirse abajo cuando el traje lo vea el rey o el producto esté en las estanterías de las tiendas. Si, usando los recursos y pruebas suficientes, siempre pudiésemos saber qué va a tener éxito y qué no, no habría productos fallidos en los mercados. Todos serían la próxima revolución en su sector.

No te dejes llevar por la parálisis por análisis o el miedo a perder lo que ganarías con las opciones B, C o D. Procura tener en cuenta también los errores que puedes cometer debido a los cambios constantes en los criterios de elección o todo lo que dejas de ganar mientras inviertes tiempo y dinero valorando terceras y cuartas opciones.

No es bueno tampoco tener más de un Product Owner para nuestro proyecto. Ni los tribunales, ni las democracias son buenas para la toma de decisiones. Elige a alguien sensato y con conocimiento del mercado como Dueño del Producto y confía en que sabrá resolver cuándo no conviene meter más recursos en decisiones que son insondables.