Es difícil, pero puede ocurrir si no se hacen las cosas bien. Sucede sobre todo cuando hay tensión en el proyecto; no se está contento con lo que el equipo de trabajo entrega, por lo que se deciden poner unos sprints en marcha. Poco a poco se van entregando cosas, pero la presión no disminuye, aún no es suficiente. Todo el equipo está alerta y preocupado por lo que se pueda pensar de él y su productividad
La Cultura de la Prisa comienza a tomar el control y es una anciana exigente. Lleva desde tiempos inmemoriales exigiendo más y más tributos, no importa la calidad que tengan, solo quiere que se le entregue algo rápido para dejar de gritar. Pero las tareas resueltas deprisa y corriendo que se le entregan solo le crean más apetito. Están huecas y no le sacian su voracidad.
Creemos cumplir con nuestro trabajo sirviendo más tareas cada vez más deprisa, pero cuando alguien las comprueba, vemos que aún tienen detalles por pulir o fallan algunas cosas. Esto genera una sensación de urgencia aún mayor por ver resultados, ansiedad que tratamos de aplacar dándonos más prisa todavía.
Sin calma para hacer las tareas, volvemos a cometer más errores que nos llevan de nuevo a la casilla de salida. No hemos avanzado nada, y para colmo, en el próximo sprint no podremos trabajar en lo que prometimos hacer: tendremos que dedicarlo a arreglar lo que aún no funciona bien.
Durante unas semanas estaremos sumando puntos. Añadimos las cosas más fáciles de hacer, aquellas que podemos entregar rápido o están mejor definidas, pero evitamos terminar lo importante. Lo dejamos para el siguiente sprint o para el otro, nunca hay tiempo para lo trascendente: la Prisa nos agobia con su insistencia.
Es un círculo vicioso del que no podremos salir si no nos paramos con determinación y le plantamos cara a esta condena que, en parte, nos hemos autoimpuesto: No vamos a entregar nada hasta que no haya revisado cada funcionalidad y cumpla con mis estándares de calidad. Si no lo hacemos así, lo entregado hoy para aplacar a esta anciana, estará detrayendo nuestras fuerzas para hacerlo mañana. Tendremos que pararnos frecuentemente a corregir lo hecho. Poco a poco iremos cada vez más despacio hasta llegar a una situación de bloqueo de la que es difícil encontrar salida.
Se trata de una suma de varios de los aspectos del Principio de Laborit: Solucionamos antes lo urgente que lo importante, elegimos hacer antes lo rápido que aquello a lo que nos lleva más tiempo o preferimos hacer lo más sencillo antes que lo difícil.
Pasan los sprints y no acometemos los problemas graves o los asuntos significativos. Sprint tras sprint queremos sumar nuevos puntos para contentar a la Prisa: Corremos el riesgo de estar limitándonos a correr en una rueda de hámster.