Forma parte de la cultura popular el trol en los juegos de rol y películas de ficción que no te deja pasar el puente si no le respondes adecuadamente su acertijo. Si no hay respuesta correcta, no hay manera de cruzar al otro lado.
Ya desde la Antigua Grecia, existía el convencimiento de que a los muertos había que enterrarlos con una moneda bajo la lengua. De esta manera podrían pagar a Caronte, el gruñon barquero que los cruzaría al otro lado del río Aqueronte, evitando así que su alma vague durante cien años por el infierno.
También en la mitología griega, el monstruo Esfinge, un ser con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de pájaro, mataba a todo aquel que no respondiera correctamente a su pregunta: «¿Cuál es el animal que cuando es joven camina a cuatro patas, a dos cuando es adulto y a tres cuando es mayor?».
¿No te has sentido así alguna vez cuando recurres a algún profesional para pedirle algo y actúa como la Esfinge? «Debes pedírmelo con tres semanas de antelación, para que pueda prepararlo», te dirá molesto por tus prisas.
Cuando la próxima vez, preocupado por no incomodar, acudas a él o ella con tiempo suficiente, probablemente te diga con evidentes signos de enfado: «¡Pero si no me has puesto el nombre del solicitante en el formulario!»
En situaciones similares, después de hacerte esperar las tres semanas de rigor, te manifiesta: «Esto no puedo hacerlo, no es seguro. Necesito la aprobación de tu responsable, el mío y el de la directora de esta cuenta». Aún así cree que no debería hacerse y que sería mejor dejar las cosas como están. Por lo menos tiene la tranquilidad de que la responsabilidad no será suya. Y así lo hará saber a todo el mundo.
Todo es un riesgo demasiado grande y requiere de innumerables controles. El responsable de seguridad, el de compliance, el auditor de cuentas o el fiscal, todos los que son consultados tienen alguna pega que poner. Deben tener en cuenta cada minúsculo detalle, aunque con ello vuelvan de revés toda la empresa. Despues de todo, ¿para qué si no están allí? Algo tendrán que decir.
En algunos casos parece ser una necesidad de sentirse importantes o valorados por sus aportaciones. ¿Dónde estaría ahora la empresa si no estuviesen ellos allí para advertir del grave riesgo que se corre a cada paso que se da? En otros es más parecido al miedo al cambio. Todo debe permanecer igual, ¿para qué cambiar si puede haber algún riesgo?, «La manera en que se ha hecho todo en los últimos veinte años no ha ido tan mal, ¿por qué cambiar?».
Algo podría no ir bien, y entonces estarán ellos allí para recordárnoslo. Resaltarán solo esa parte, lo que funcionó y nos llevó por nuevos derroteros, no será algo que destaquen tanto.
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Referencias: