Cuando comencé mi primer trabajo el único consejo que me dio mi padre fue ‘No te pases el día preguntándole a tu jefe qué hago ahora. Echa un vistazo y tú mismo verás un montón de cosas por hacer‘. He intentado seguir este consejo en todos los trabajos que he tenido hasta ahora y quizás sea el que mejor me haya funcionado. Siempre es mejor contestar a tu jefe que ya has terminado lo que nos encargó y que has comenzado otra tarea que quedarnos esperando porque Pérez está de vacaciones o porque nadie nos dijo que podíamos comenzar ya.

En cada organización y en cada trabajo tenemos que tomar muchas pequeñas decisiones en las que otro tiene las competencias, ese otro es el que siempre ha hecho estas cosas o es el que más sabe del asunto. Pero ahora no está y tenemos que seguir trabajando. Podemos pasar a otra tarea pero pronto volveremos a toparnos con una decisión que nos impide seguir avanzando. Como resultado todo está comenzado y nada acabado. Volver a esas tareas pendientes unas horas, días o semanas después tiene un coste adicional que nos mantiene en nuestro pequeño caos diario.

Uno de los gurús en técnicas de gestión ágiles y el rediseño de organizaciones explicaba en una de sus charlas una analogía que muy bien puede servir para lo que quiero explicar en esta entrada: Si somos parte de un equipo de rugby y durante el juego la pelota pasa rodando delante de nosotros ¿vamos a pararnos y esperar a que el pateador (kicker) venga y le dé una patada hacia delante? Él es el que mejor golpea la pelota. Por supuesto que no, vamos a correr hacia ella a intentar darle la mejor patada que hayamos dado en nuestra vida. Por mal que lo hagamos la pelota siempre estará un poco más cerca del campo contrario.

Podemos pararnos a esperar a que el pateador patee, a que el diseñador diseñe, a que el de la ventanilla de al lado resuelva el problema o a que la señora de la limpieza quite la mancha del suelo. Hagámoslo nosotros mismos, resolvamos el asunto lo mejor que podamos. Los perfiles profesionales son cada vez más borrosos y todos debemos aprender a hacer de todo. Si lo hacemos así, las cosas empezarán a funcionar un poco más deprisa y, cuando menos, habremos adquirido algo más experiencia y un montón de puntos de vista diferentes.

¿Cómo saber cuándo es algo que podemos resolver nosotros mismos o realmente debemos esperar por alguien? Si cometemos un error y puede arreglarse con un simple ‘Lo siento, me equivoqué‘, no hay duda, adelante, hazlo. Es cierto que siempre hay un riesgo de meter la pata pero ¿qué ganamos cruzándonos de brazos?

Esta entrada apareció por primera vez en desencadenado.com como post invitado.