Quién no quiere trabajar con colaboradores brillantes y expertos en su campo, alguien que resuelva todas las papeletas difíciles. Desafortunadamente, cuando colaboramos con alguien así tenemos que contar con muchos más factores de los que se indican en su expediente académico o en su currículum vitae.

Hay auténticos divos en la oficina que creen estar en posesión de la verdad absoluta y que cualquier objeción a su propuesta la toman como algo personal. Algunos menosprecian la calidad del trabajo de sus compañeros o las ideas que proponen porque no las consideran a su altura. Se crea un mal ambiente de trabajo donde los demás no se sienten valorados, ni siquiera el genio incomprendido, al que nada consigue llenar su ego.

Lo que parece ideal, no siempre lo es, y trabajar con un genio no garantiza nada. Hay quien tiene ideas geniales y grandes conocimientos en diversas técnicas o tecnologías, pero no utiliza todo eso de forma eficaz. Se dedica a añadir todas las características del mundo al producto, solo porque piensa que el cliente las necesitará, o porque le hace parecer más inteligente. Llega a rehacerlo todo continuamente porque cree que solo a su manera están bien construidas las cosas.

He visto casos en equipos en los que todas las decisiones se veían entorpecidas por el miembro del equipo más brillante, para quien ninguna propuesta era lo suficientemente buena: siempre era necesario parar máquinas, volver atrás y rediseñar el sistema completo para que, ahora sí, estuviese bien construido. No les gustaba reconocer sus errores tampoco y nunca admitían estar equivocados. Por muchas que fueran las evidencias, solo se conseguía que se enfadasen. El error está siempre en las indicaciones que les han dado, en el cliente, que no sabe lo que quiere o en los usuarios que no saben usar el producto.

A veces no están contentos con el trabajo de los colaboradores más inexpertos o novatos en el proyecto. Las quejas son frecuentes: «No sé para qué lo tenemos, que me den su sueldo a mí. Yo lo hago todo». Y así se lo hacen saber a esos compañeros, haciéndolos sentir infravalorados o inútiles.

Tras la salida de estas personas del proyecto, todo comienza a fluir mejor. Aquellas partes que nadie se atreve a tocar porque eran complejas resulta que sí podían encargarse a otra persona. Se resuelven muy bien y se sigue adelante sin tanto tiempo perdido en reuniones. Además, los miembros del equipo que quedan se sienten ahora más importantes y realizados. Su trabajo no está ahora siempre en duda, ni están dedicados solo a tareas menos relevantes.

Por muy buenos que sean estos gurús, nunca podrán hacer las cosas tan bien o tan rápido como tres o cuatro de sus compañeros, si están bien preparados o coordinados para hacer el trabajo. La falta de brillantez puede estar compensada con la rigurosidad, la calidad, el buen análisis o la sensatez. Y aunque así fuera, estas personas también toman vacaciones, se ponen enfermas o dejan la empresa. Todo el trabajo no puede parar por eso.

No todo es tan malo cuando se trabaja con genios, por supuesto, no todos son así. Hay auténticos genios del mundo laboral con los que es una delicia trabajar (aunque a veces se desesperen cuando los demás no les comprenden). Si encuentras uno de estos, no lo dejes escapar. Asegúrate de que sus superiores tienen claro lo mucho que está aportando al trabajo y que se lo reconocen. Si no, antes o después, buscará otro lugar donde sí valoren justamente sus aportaciones.

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